40 años sin Ian Curtis

Escrito por el 18 mayo 2020

Era el lúgubre y depresivo poeta de Joy Division.

(Télam) Afectado por sus frecuentes ataques de epilepsia, una salud mental minada por las adicciones y forzado a decidirse entre su esposa y su amante, se suicidó el 18 de mayo de 1980, en Macclesfield.

Ian Curtis (ilustración Telám; Nota Hernani Natale)

Pocas horas antes de emprender su primera gira por Estados Unidos; afectado por los cada vez más frecuentes ataques de epilepsia; con su salud mental minada por el creciente consumo de un cocktail de medicamentos, alcohol y cocaína; y tironeado por la obligación de tener que decidirse entre su esposa y su amante, hace 40 años se ahorcaba el cantante y líder de Joy Division, Ian Curtis, un artista cuyo andar parecía anunciar su destino.

Hasta ese momento, el vocalista de poco menos de 24 años se había destacado como el responsable máximo de la lúgubre poesía de Joy Division, la principal atracción musical de la llamada «Movida de Manchester»; a la que además le aportaba una profunda voz que denotaba sufrimiento y un espástico baile en escena, acaso una burla a la propia epilepsia que cada vez lo atormentaba más.

El suicidio se produjo el 18 de mayo de 1980, horas antes de que la banda emprendiera su primera gira a Estados Unidos, un hecho que daba cuenta de la curva ascendente en la que se encontraba, en una escena que ya había logrado establecerse como la principal referente del recambio que anunciaba el final del punk.

Sin embargo, la creciente fama del grupo ejercía un efecto contrario en Curtis, quien atravesaba una etapa de gran fragilidad mental a raíz de una suma de temas personales que no lograba resolver.

El desenlace fatal llegó luego de una noche en soledad, en la que vio la película «‘Stroszek», de Werner Herzog; y escuchó el disco «The Idiot», de Iggy Pop, producido por David Bowie y grabado en Alemania; según testimoniaron quienes encontraron su cuerpo.

Curiosamente, el filme de Herzog contaba la historia de un cantante callejero que viajaba a Estados Unidos y decidía suicidarse al no verse en condiciones de optar entre una de sus dos amantes.

Tan admirador de Bowie, Iggy Pop y Lou Reed, como de Franz Kafka, Ian Curtis tuvo una especie de epifanía cuando vio, en 1976, a los Sex Pistols en una mítica actuación en el Manchester Lesser Free Trade Hall. Una famosa frase suele exagerar que «sólo unas 40 personas vieron ese concierto pero todos ellos formaron una banda».

Algo de cierto hay puesto que tanto los integrantes de Buzzcocks como los futuros Joy Division Ian Curtis, el bajista Peter Hook y el guitarrista Bernard Sumner, fueron algunos de los pocos presentes en ese show y aceptaron que esa performance los impulsó a formar un grupo.

Pero esa noche también estuvo allí el periodista de Granada TV Tony Wilson, quien supo captar el fenómeno y emprendió una quijotesca cruzada por convertir a Manchester en el epicentro de una nueva movida postpunk, desde su rol de idealista productor.

Tras sumar a Stephen Morris en la batería, Joy Division comenzó a diseñar un particular estilo, caracterizado por el minimalismo sonoro, el clima opresivo marcado por su ritmo seco y las lúgubres letras.

El grupo se convirtió en una de las grandes atracciones de la floreciente escena mancuniana, con performances en las que llamaba la atención el espástico baile de su cantante, similar a los ataques de epilepsia que padecía.

Incluso, a medida que comenzó a aumentar la presión sobre Ian Curtis, los ataques solían aparecer con mayor frecuencia en el escenario, lo que confundía a la audiencia entre ficción y realidad.

Con la edición de «Unknown Pleasures» y «Closer», en 1979 y 1980, respectivamente; en donde la producción de Martin Hannett logró terminar de diseñar su sonido, la banda alcanzó una gran notoriedad que trascendió las fronteras.

Pero la fama puso a Ian Curtis en situaciones límites que su frágil estado mental no estaba en condiciones de afrontar.

Su estado de ansiedad le provocó frecuentes ataques que lo llevaron a consumir cantidades abundantes de medicamentos, además de un permanente pánico a que las crisis aparecieran en público, como ocurría últimamente.

El cocktail de medicamentos se combinaba con el también creciente consumo de alcohol y cocaína, dos ingredientes que eran parte de la cultura de la «Movida de Manchester».

Mientras se avecinaba una gira por Estados Unidos que no estaba seguro de poder afrontar, Ian Curtis debía resolver si permanecía con su mujer Deborah, con tenía una pequeña hija; o si optaba por formalizar con su amante, la periodista belga Annik Honoré.

La noche de su suicidio, el artista mantuvo conversaciones con ambas y a las dos les había dado señales de que era la elegida para seguir a su lado.

La película de Herzog y algunas frases interpretadas de manera caprichosa del disco de Iggy Pop le dieron a Curtis la dudosa solución a todos sus conflictos.

A modo de epitafio, la banda lanzó su última grabación, paradójicamente su canción más exitosa, la profética «Love will tear us apart»; y sus miembros sobrevivientes formaron New Order, una propuesta más orientada al baile que dejaba atrás su faceta depresiva. La «Movida de Manchester» iniciaba así una segunda etapa que sería el germen de las raves.

En Argentina, Joy Division era un placer de culto reservado a unos pocos oídos con acceso a información musical privilegiada; hasta que Sumo decidió titular en un velado homenaje «Divididos por la felicidad» a su primer disco de 1985.

A partir de allí, tanto el grupo como su sonido, al que la música de Sumo colaboró a familiarizar, sumaron numerosos adeptos por estas tierras. La cálida recepción que se le dio a New Order y a Peter Hook en sus frecuentes visitas a nuestro país son prueba de ello.


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